Robert Scott partió de su base el 1 de noviembre de 1911; la articulación de la columna era complicada, y caminaban a la cabeza los poneys más lentos, después los más rápidos y, por último, el jefe de la expedición. Se acampaba para comer al mediodía. Dos trineos tirados por perros y dos tractores seguían el mismo itinerario independientemente.
Los tractores se averiaron definitivamente los días 4 y 5 de noviembre. Al pie del glaciar Beardmore se sacrificaron los últimos poneys el 9 de diciembre; el 10, se comenzó la ascensión sobre la nieve blanda; el 12, se dispuso la retirada de dos equipos de perros mientras Scott proseguía avanzando con 11 hombres que tiraban de tres trineos. El 21 de diciembre despidió a Atkinson, Cherry-Garrad y Keohane, quedándose con dos trineos. Las etapas no rebasaban 28 km.
El 4 de enero de 1912, a los 87º 50' S., Scott despidió al teniente Evans con Crean y Lashley, con un trineo, prosiguiendo la ruta hacia el sur acompañado por Wilson, Oates, Bowers y el suboficial Evans.
El grupo del teniente Evans alcanzó con dificultad la base de partida. El jefe padecía el escorbuto, pero logró llegar a pie a One-Ton-Camp (79º 30' S.), punto donde acudió a recogerle Atkinson -que regresó felizmente el 28 de enero-, transportándole en un trineo tirado por perros. Cherry-Garrard y Demetri regresaron a su vez al sur de Hut-Point, con un segundo atelaje, en dirección a One-Ton-Camp, permaneciendo cuatro días bloqueados por la ventisca. Después de esperar hasta el último minuto la llegada del grupo Scott, regresaron el 16 de marzo a Hut-Point, en estado de enorme fatiga. Atkinson reunió a todos en consejo y se consideró como perdido el grupo sur. Los esfuerzos se enderezaron entonces en favor de Campbell, que se encontraba operando en la costa Victoria, pero la tentativa se vio interrumpida por la ruptura del banco de hielo. Campbell logró invernar con tres hombres, regresando por sus propios medios en la primavera siguiente.
A principios de septiembre (1912), Atkinson comenzó a adiestrar para el arrastre las mulas desembarcadas por el Terra Nova durante la estación del estío, y partió el 30 del mismo mes con ocho hombres y siete mulas a la búsqueda de los restos del grupo perdido.
Llegó el 8 de noviembre a la altura del promontorio de Minna Bluff, y el 11 a One-Ton-Camp.
«Caminando directamente hacia el sur, a partir de aquel depósito, después de una marcha de 20 km., divisamos una tienda que, por estar en parte medio enterrada en la nieve, semejaba uno de los túmulos que se habían erigido. Cerca de la puerta encontramos palos de esquí clavados en el hielo y, delante, un bambú, probablemente un palo de trineo... Hallamos en el interior los cuerpos del comandante Scott, del doctor Wilson y del teniente Bowers. El diario del comandante nos explicó el desastre.»
El grupo de cuatro hombres con esquís, y Bowers a pie (abandonó los esquís en la subida), llegó al Polo el 18 de enero de 1912. Bowers divisó primero, el día 16, uno de los túmulos levantados por Amundsen. Llegaron luego a la tienda de los noruegos, en la que Scott recogió la carta dejada por Amundsen para el rey de Noruega, rogando a Scott la enviara a su destino en el caso de desaparición de los expedicionarios del Fram. Scott llegó con veintisiete días de retraso sobre la fecha prevista para el acceso al Polo: 22 de diciembre. La moral, que se encontraba baja, y el frío, agravado por la altura, comenzaron a mermar las fuerzas físicas de los exploradores, ya muy fatigados.
Scott emprendió el regreso el 19 de enero de 1912 a -30º de frío. Al efectuar el descenso del glaciar, Wilson se hizo un esguince y Evans, agotado, sufrió una conmoción cerebral en una caída y probablemente, en una serie de caídas repetidas, un traumatismo craneano, muriendo durante la noche del 17 al 18 de febrero. Oates comenzaba a flaquear. El 1 de marzo marcó el termómetro -40,8º. Los expedicionarios advirtieron que el petróleo de los depósitos era insuficiente, acaso por algún escape de los bidones.
El 16 o el 17 de marzo («he perdido el recuerdo de la fecha», escribe Scott), Oates se durmió con la esperanza de no despertar. Mas por la mañana se levantó y dijo: «Voy a salir, y acaso permanezca fuera un rato», desapareciendo para siempre entre la ventisca.
Los tres supervivientes llegaron el día 21 a su último campamento, con víveres para dos días y petróleo para una comida.
«Martes 29 de marzo (1912). Desde el día 21, tempestad constante del oeste-sudoeste y del sudoeste... Nos hemos mantenido separados durante todo el tiempo para partir hacia el depósito, distante 20 km., pero no han cesado los torbellinos de nieve lanzados por la tempestad. Hemos de abandonar toda esperanza; resistiremos hasta lo último, pero nos vamos debilitando gradualmente, la muerte no puede estar lejos.»
«Es espantoso. No puedo resistir más.»
Así terminaba el diario de Scott.
Junto a él había doce cartas escritas durante los últimos días a Wilson, a Bowers, a sus amigos, a su madre, a su mujer. También un mensaje para la nación británica, en el que atribuía el fracaso a la pérdida de los poneys experimentada en marzo de 1911, a la ventisca que bloqueó la expedición del 5 al 8 de diciembre, a la ida, en la Barrera a los 83,5º; a la nieve profunda encontrada en el glaciar; al mal tiempo constante, a las ventiscas inexplicables (se trataba de vientos «catabáticos»), al accidente de Evans.
Atkinson hizo abatir la tienda sobre los tres cadáveres y levantar un gran montículo de nieve, rematado por una cruz formada con dos trozos de esquí.
Más al sur fue hallado el saco de dormir de Oates, erigiendo sobre el lugar un cenotafio de nieve. Conocedor Atkinson, por el diario de Scott, de que Evans había recibido ya los honores póstumos, ordenó el regreso.
El 25 de noviembre, al pasar de nuevo por Hut-Point, recogió un mensaje en el que se le comunicaba el regreso del grupo Campbell.
El 18 de enero de 1913 atracaba el Terra Nova, mandado por el capitán Evans, ya restablecido, el cual hizo erigir sobre la Barrera una inscripción tomada a Tennyson: «Luchar, investigar, no ceder jamás.»
Partió el Terra Nova el 20 de enero de 1913, llegando el 10 de febrero a Nueva Zelanda, desde donde se cablegrafió a Londres y al mundo entero la noticia de la heroica muerte de Robert Falcon Scott y sus cuatro compañeros en el Antártico, noticia que suscitó una emoción todavía no extinguida, y que las pasiones nacionales, excitadas por la prensa, transformaron en polémica enojosa: se llegó a reprochar a Roald Amundsen -y no sólo en Inglaterra- el triunfo logrado, precipitando así la catástrofe de la expedición inglesa...
La excusa de Amundsen destaca en una frase de A. Croft, de nacionalidad inglesa: «El gran explorador... no podía, y era natural, considerar el Polo Sur como una especie de propiedad británica.» (Polar Exploration, pág. 187.)
La excitación se fue amortiguando poco a poco y la heroica muerte de Scott la extinguió por completo.
Con el transcurso del tiempo se advierte que Scott, obsesionado por su proyecto, asumió el máximo de riesgos y que, al final, resolvió no sobrevivir a sus hombres, conforme a las tradiciones de la Marina Real Inglesa. Tomó su decisión con plena conciencia, seguro de que los resultados científicos podrían recuperarse en breve plazo. Entre él y su más afortunado rival la posteridad no tendría opción.
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